Un cuento de Ciencia y Ficción

Allá por la época en que cursaba sus días la Edad Moderna, vivió un señor llamado René Descartes, que jamás sospechó que se haría tan famoso por haber dicho “Pienso, luego existo”.

René, que taxativamente pensaba mucho  por miedo a dejar de existir, ni idea tenía de haber sido el fundador de la famosa Era Cartesiana. Se dijo de él, que dijo muchas cosas que jamás dijo y se olvidaron otras grandes verdades que dedicó mucho tiempo en pensar. Fue el primer hombre, según se dijo, que nos descuartizó en dos grandes mitades: cuerpo-mente. En realidad sirvió de cortina de humo para tapar al verdadero responsable de la división: las Bulas que decretaron, por los siglos de los siglos, que la medicina se dedicaría al cuerpo y la iglesia al alma (¿que el hombre no separe lo que Dios ha unido?). Las tribus que vestían taparrabos, que nada sabían de los romanos de vestido largo, jamás se enteraron de este Cisma fundamentalista. Por eso, “en su primitiva ignorancia”, hasta el día de hoy consideran al chamán como sacerdote y sanador.

A partir de René, la era cartesiana y su reduccionismo  operaron a la manera de Jack el destripador. El reduccionismo médico llegó a las grandes especialidades, divididas en micro-especificidades. Hoy la cartilla de una Obra Social tiene más de 200 categorías de especialistas: el traumatólogo de manos no es el mismo que el traumatólogo de pie, el gastroenterólogo no es proctólogo ni el dentista es periodoncista. Y el dolor es una entidad independiente tratada por el especialista en… dolor. La situación se complejiza cuando tenemos un “accidente interdisciplinario”… ¡y encima duele!

Recapitulemos: el cuerpo es pertinente al médico, la psiquis al psicólogo y el espíritu a la iglesia. Así vamos repartiendo trozos de nuestra existencia para ser reparados en diferentes confesionarios. Y llegamos a pleno siglo XXI, dilapidando fortunas en investigar la célula para comprender al Hombre.

Pero llegó un día en que algunos rebeldes juntaron sus retazos, los unieron en una sola entidad concluyendo que “El Todo es más que la suma de las partes”; es decir, el hombre es más que 20 uñas, 32 dientes y 80 billones de células… ¡claro!  Reunificaron esta entidad orgánica con el pensamiento y las emociones, reconociendo una unidad donde la sinergía de las partes hace un Todo complejo. Desde la Gestalt hasta la teoría de los Sistemas todo nos conforma y atraviesa. Más allá de la cohesión entre el sentir, pensar y actuar, debemos tener presente el entorno, la cultura  y nuestras creencias. Como si esto fuera poco, agrega Jung, el inconsciente colectivo también nos afecta. Rudolf Steiner, con intolerable osadía, dijo que además somos un espíritu encarnado y, pisoteando la “tabla rasa” de Locke, agregó que somos seres espirituales nacidos con dones que debemos pulir. Como ya la hoguera estaba en desuso decidieron entonces quemarle su centro terapéutico, el Goetheanum en Suiza.

El Dr. Ryke Hamer descubrió que los conflictos subjetivos (la psiquis) son responsables de la proliferación celular, los tumores y las úlceras; somos parte de la naturaleza y las propias Leyes Biológicas rigen nuestros designios; el cerebro humano es una recapitulación de toda la filogenia, es decir… que a veces ¡pensamos como ameba! Hamer terminó la integración y nos reunió con el resto de los animales.

Cuando Darwin insinuó que descendíamos del mono no le fue muy bien, imaginen entonces el destino del Dr. Hamer cuando sugirió que determinados programas se activan en nuestro cerebro y entonces sentimos como una ameba, un reptil o un mamífero. “Nosotros que nos sentíamos los Amos del Universo, resulta que somos los recién llegados” parafraseando a la Dra. Giorgiutti. Lo expresado por Hamer al grito de Eureka, causó una herida narcisista imposible de digerir. Sus colegas se atragantaron con el bocado narcisista indigesto y decidieron excluir a Hamer de los claustros académicos. Como la hoguera ya estaba un poco demodé, consultaron con una junta psiquiátrica para declarar que este hombre estaba totalmente loco y se imponía enclaustrarlo sanitariamente.

Hamer une un retazo que había quedado perdido, y nos clasifica dentro de los seres biológicos. Por ende, si comprendemos las leyes que rigen la naturaleza, podemos comprender cómo funciona nuestro organismo, desarrollando conductas adaptativas para la supervivencia.

Los constructos hamerianos nos fuerzan a aprender de psicología, biología, biología comparada, teoría de la evolución, etología y medicina, para llegar a comprender nuestras conductas y la etiología de las llamadas “enfermedades”.

Magnífica deducción la de Hamer, difícil de digerir, que me conduce a una pregunta aún sin responder: ¿por qué la medicina se separó de la biología?

Agosto de 2015.

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